martes, 18 de diciembre de 2012

Balada del ausente

Entonces no me des un motivo por favor 
No le des conciencia a la nostalgia
La desesperación y el juego
Pensarte y no verte
Sufrir en ti y no alzar mi grito
Rumiar a solas, gracias a ti, por mi culpa,
En lo único que puede ser
Enteramente pensado
Llamar sin voz porque Dios dispuso
Que si El tiene compromisos
Si Dios mismo le impide contestar
Con dos dedos el saludo
Cotidiano, nocturno, inevitable
Es necesario aceptar la soledad
Confortarse hermanado
Con el olor a perro, en esos días húmedos del sur
En cualquier regreso
En cualquier hora cambiable del crepúsculo
Tu silencio
Y el paso indiferente de Dios que no ve ni saluda
Que no responde al sombrero enlutado
Golpeando las rodillas
Que teme a Dios y se preocupa
Por lo que opine, condene, rezongue, imponga.

No me des conciencia, grito, necesidad ni orden
Estoy desnudo y lejos, lo que me dejaron
Giro hacia el mundo y su secreto de musgo
Hacia la claridad dolorosa del mundo
Desnudo, sólo, desarmado
Bamboleo mi cuerpo enmagrecido
Tropiezo y avanzo
Me acerco tal vez a una frontera
A un odio inútil, a su creciente miseria
Y tampoco es consuelo
Esa dulce ilusión de paz y de combate
Porque la lejanía
No es ya, se disuelve en la espera
Graciosa, incomprensible, de ayudarme
A vivir y esperar
Ningún otro país y para siempre.
Mi pie izquierdo en la barra de bronce
Fundido con ella
El mozo que comprende, ayuda a esperar
Cree lo que ignora.

Se aceptan todas las apuestas:
Eternidad, infierno, aventura, estupidez
Pero soy mayor
Ya ni siquiera creo
En romper espejos en la noche
Y lamerme la sangre de los dedos
Como si la hubiera traído desde allí
Como si la salobre mentira se espesara
Como si la sangre, pequeño dolor filoso
Me aproximara a lo que resta vivo, blando y ágil.
Muerto por la distancia y el tiempo
Y yo la, lo pierdo, doy mi vida
A cambio de vejeces y ambiciones ajenas
Cada día más antiguas
Suciamente deseosas y extrañas
Volver y no lo haré, dejar y no puedo
Apoyar el zapato en el barrote de bronce
Y esperar sin prisa su vejez
Su ajenidad, su diminuto no ser
La paz y después, dichosamente, en seguida, nada.

Ahí estaré. El tiempo no tocará mi pelo
No inventará arrugas, no me inflará las mejillas
Ahí estaré esperando una cita imposible
Un encuentro que no se cumplirá.

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